miércoles, 25 de noviembre de 2009

El discurso blando sobre la Universidad- Carlos Santiago Nino

En homenaje a quien inculcará en mis comienzos el amor por el derecho y la filosofía, artículo extraído de Propuesta y Control
Ante todo debo definir qué entiendo por "discurso blando". Me refiero a un tipo de argumentación tan imprecisa y vaga, tan equívoca y ambigua, tan necesitada de premisas claras y de inferencias rigurosas que es prácticamente compatible con cualquier dato de la realidad y con cualquier curso de acción para modificar esa realidad.
Nuestro discurso político responde, en buena medida, a ese pensamiento blando. Se repiten slogans y frases hechas. Se emplean fórmulas más o menos estereotipadas que ubican a los distintos actores de la trama política hacia la izquierda o hacia la derecha del escenario.
Se evita cuidadosamente tomar en cuenta corroboraciones empíricas de las afirmaciones que se formulan, cuantificar las variables que se consideran, y generalizar coherentemente los juicios normativos que se profesan. El tema de la Universidad es un ejemplo claro de tratamiento a través del discurso blando. Las distintas etapas del discurso casi pueden preverse como los pasos de un ritual: generalmente se comienza desde el flanco derecho, sosteniendo que es necesario restringir el acceso a la Universidad mediante exámenes de ingreso y aranceles, como ocurre en casi todos los países desarrollados.
Inmediatamente se responde desde el flanco izquierdo que deben mantenerse las banderas de la reforma, entre otras, la gratuidad y apertura irrestricta de la enseñanza universitaria. A ello se replica que no hay modo de mantener un buen nivel académico admitiendo al seno de la Universidad a estudiantes que carecen de la preparación suficiente y negándole los recursos necesarios para una enseñanza decorosa. El contra-argumento habitual es que cualquier estudian te con un título secundario reconocido por el Estado tiene una expectativa legítima de acceder a la Universidad con la posibilidad de ascenso social y económico que ello implica, y que un arancelamiento de los estudios discriminaría en contra de los sectores más postergados de la sociedad.
La polémica sigue en forma más o menos previsible, mientras la Universidad argentina se desmorona a nuestro alrededor, de modo que ya es difícilmente reconocible como una institución que satisface las condiciones mínimas que se exigen en el mundo en general -no sólo en el "primero"-, para calificarla de Universidad.
Creo que una posición que sea sensible a los hechos y contenga pautas de acción definidas debe comenzar por aceptar el ideal defendido por posiciones progresistas que todos los ciudadanos deben contar con iguales posibilidades efectivas de acceder a estudios universitarios.
Pero la clave de este principio está en la expresión "estudios universitarios": supongamos que en lugar de hacer posible que todos accedan a una enseñanza que cumpla las condiciones de calidad, profundidad y especialización propias de una formación de tercer ciclo, se ofreciera a la gente estudios que tienen el mismo nivel de una Academia de Corte y Confección, aunque se lleven a cabo en edificios que ostentan el cartel de "universidad"; en este caso, es obvio que no se satisfaría el principio de acceso generalizado a los estudios universitarios.
La política en cuestión sería tan poco progresista como la de distribuir "leche" a un grupo amplísimo de niños pobres gracias a que se la diluya tanto con agua que pierda sustancialmente sus propiedades nutritivas.
Si bien nuestras Universidades todavía están haciendo un esfuerzo denodado para mantener niveles de calidad decorosos, parece claro que esa calidad se ha deteriorado considerablemente en los últimos años. Parte del deterioro se debe a la enorme cantidad de profesores que es necesario contratar en las grandes Universidades nacionales para atender un claustro estudiantil gigantesco. Ello hace que se contraten profesores sin suficientes calidades académicas y pedagógicas y que no se les pueda pagar un salario suficiente como para atraer los mejores talentos y requerir la máxima dedicación a sus tareas. A pesar de este sacrifico de la calidad el incremento del plantel docente nunca es, sin embargo, suficiente como para tener una proporción aceptable entre profesores y estudiantes que garantice el trato directo y frecuente que es esencial para una tarea pedagógica exitosa.
Parece que lo racional es proceder como lo haríamos en el caso de distribución de leche a los chicos menesterosos. Lo primero que haríamos es determinar cuáles son las condiciones mínimas que debe cumplir el producto que queremos distribuir para que cumpla las funciones que esperamos de él. Luego tendríamos que establecer cómo podemos maximizar la cantidad de ese producto y, por fin, cómo seleccionamos quiénes, entre esos chicos tendrán derecho a acceder con justicia a un producto que siempre será escaso si se satisface la primera condición sobre sus cualidades mínimas.
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Independientemente de la validez de las tesis particulares que sugiero en esta breve nota, creo que debe atenderse a la estrategia general que se propugna: es conveniente separar los principios -como el que fue reiteradamente mencionado- de los instrumentos más adecuados para materializar tales principios de acuerdo a las circunstancias de momento y lugar.
Convertir algunos de estos instrumentos en axiomas inatacables sin atender a verificaciones empíricas es incurrir en la forma más clara de dogmatismo.
Nino, Carlos
Doctor en filosofía, graduado en la Universidad de Oxford.
Asesor del presidente Raúl Alfonsín entre 1983 y 1989. Coordinador del Consejo para la Consolidación de la Democracia. Se especializa en el estudio y aplicación de la Filosofía del Derecho

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